Con cinco veranos consecutivos por encima de los 22 °C y sin inviernos que bajen de los –2.7 °C, Nueva York ha cruzado oficialmente el umbral climático para ser considerada una ciudad de clima subtropical. El cambio no es solo estadístico: ya se observa en sus calles, jardines y parques.
La transformación térmica de la ciudad ha permitido el crecimiento de especies vegetales que antes solo se veían en el sur de Estados Unidos, como higueras, camelias y mirtos crepé. Estas plantas, típicas de zonas cálidas, ahora prosperan entre los edificios y avenidas neoyorquinas, marcando una primavera más temprana y paisajes urbanos cada vez más exóticos.
Sin embargo, el cambio también trae desafíos. Nueva York enfrenta aguaceros torrenciales más frecuentes, así como la llegada de plagas invasoras como la linterna manchada, y malezas agresivas como el nudo japonés, que amenazan tanto la biodiversidad como la infraestructura urbana.
Aunque algunos expertos aún debaten si la etiqueta “subtropical” debe aplicarse oficialmente, los indicadores climáticos son contundentes. La ciudad vive una transformación ecológica profunda, con impactos que van desde la planificación urbana hasta la salud ambiental.
Este cambio climático tangible convierte a Nueva York en un ejemplo vivo de cómo las grandes ciudades deben adaptarse a un nuevo escenario natural, en el que la temperatura media redefine sus límites históricos.